martes, 6 de noviembre de 2018

CAPITULO 22 (SEGUNDA HISTORIA)




Paula se despertó y vio que la luz del día se filtraba a través de la cortina. La cama estaba vacía.


Durante un instante tuvo miedo de que Pedro hubiera recogido las cosas y se hubiese marchado con Olivia, pero entonces oyó su risa masculina y los balbuceos del bebé. 


Paula se desperezó. Todavía estaba allí.


Salió de la cama y se puso la bata que Pedro había recogido del suelo. «Todo un detalle», pensó ella. Sería agradable tener cerca a un hombre cuidadoso. Porque Paula creía que se quedaría cerca. Unas horas antes, cuando él había estado a punto de hacerle el amor sin preservativo, le había dedicado una mirada especial.


Paula llevaba muchos años esperando una mirada así. Cuando un hombre dedicaba esa mirada a una mujer, quería decir que no deseaba continuar con su vida de soltero, por mucho que no lo admitiera.


Se atusó el cabello y se dirigió al piso de abajo, deseosa de ver a Pedro y a Olivia otra vez. 


Cuando llegó al escalón que tenía una tabla suelta, la esquivó para que Pedro no oyera que bajaba. Se acercó a la puerta de la cocina y miró sin decir nada. Pedro estaba vestido pero iba descalzo. Y estaba sentado de espaldas a la puerta.


«Qué espalda tan fuerte tiene», pensó ella. 


Olivia estaba sentada en su pierna izquierda y Barney, el dinosaurio, en la derecha.


Al parecer, él hablaba como si fuera Barney.


—Anoche nos diste un buen susto, Oli —dijo Pedro mientras movía la cabeza del dinosaurio—. Parecías una rana cada vez que tosías.


La pequeña se reía y movía los brazos hacia el dinosaurio. Tosió una vez, pero nada parecido a la tos fuerte que había tenido la noche anterior.


—Ups, peligro: mocos —dijo Pedro.


Dejó el dinosaurio en el suelo y sacó un pañuelo de papel de una caja que había sobre la mesa.
Olivia se echó hacia atrás para que no le limpiara la nariz. Paula imaginó que todavía la tendría irritada.


—Tengo que hacerlo, Oli—Pedro le sujetó la cabeza—. Si no, te ensuciarás toda la cara, y eso no atrae a los chicos.


Paula sonrió. La dulzura con la que Pedro hablaba a la pequeña hizo que se le acelerara el corazón y que los pezones se le pusieran erectos.


Pedro se daría cuenta enseguida, así que retrocedió una pizca para recuperarse y chocó contra una mesita que había en el pasillo. Un pequeño frasco que había sobre ella cayó al suelo y se rompió.


Avergonzada, Paula se arrodilló y empezó a recoger los pedazos.


—¿Paula? ¿Estás bien?


Ella levantó la vista y vio que Pedro estaba en la puerta de la cocina con Olivia en brazos. No se había afeitado todavía y estaba muy sexy. 


Parecía un padre que se encargaba de su hija para que la madre pudiera dormir un rato más. 


Era perfecto.


—Estoy bien. Me he chocado con la mesa —dijo ella—. Supongo que era una tontería tenerla ahí. Creo que la cambiaré de sitio —se puso en pie, confiando en que él creyera que se había chocado de camino a la cocina.


Él observó la situación y se fijó en que Paula estaba entre él y el cacharro roto, lo que significaba que se había chocado mientras caminaba hacia atrás. Sonrió y preguntó:
—¿Me estabas espiando?


—No exactamente —se sonrojó.


—Tenlo en cuenta, Oli. Estaba espiándonos. No podemos culparla. Está loca por mí.


La pequeña movió los brazos como si estuviera de acuerdo.


—Me sorprende que tu ego y tú quepáis por las puertas, Pedro Alfonso.


—¿Me equivoco?


Ella lo miró a los ojos y encontró la sombra de la incertidumbre.


Ella sabía cómo debía responder para jugar según sus reglas. Debía reír y asegurarle que no era así. Sin embargo, lo miró fijamente y le dijo:
—No, no te equivocas. Estoy loca por ti.


Pedro se puso un poco más serio.


—Incluso seré más concreta. Creo que estamos hechos el uno para el otro.


Aquellas palabras borraron su sonrisa del todo.


—Espera, Paula. No lo dirás en serio.


—Demasiado tarde. Estoy dispuesta a todo.


Él la miró boquiabierto.


—Y si fueras sincero contigo mismo, tú también. Tenemos que estar juntos, Pedro.


—Paula, el que hayamos pasado un rato estupendo en la cama no significa que...


Olivia le agarró la nariz y se la retorció.


Él hizo una mueca y le retiró la mano.


—Eh, Olivia, ya tengo una mujer tratando de ponerme un anillo en la nariz. No empieces tú.


—No he basado mi conclusión únicamente en una buena relación sexual.


—Excelente relación sexual —la corrigió él—, pero eso no significa que haya llegado el momento de promesas y velo blanco. Te advertí que yo no era de ésos. Y no olvides que fuiste tú la que entró en mi habitación. Yo no te convencí de nada.


—Recuerdo perfectamente el tiempo que hemos pasado juntos en la cama —se humedeció los labios con la lengua—. ¿Y tú?


Pedro se le oscureció la mirada. Después posó la vista sobre el escote de Paula. Cuando volvió a mirarla a los ojos, respiraba de forma acelerada.


—Es hora de cambiarle el pañal a esta criatura —dijo él.


—Déjame que barra antes de que paséis. No quiero que te cortes con un pedazo de cristal.


—Gracias —Pedro se echó a un lado y la dejó pasar.


Después de echar los trozos del frasco a la basura, sacó la escoba y el recogedor y pasó de nuevo junto a Pedro. Olivia se movía entre sus brazos, pero él permanecía en silencio. Paula estaba segura de que la observaba en cada movimiento, y no pudo evitar que la bata se le abriera a la altura del escote mientras recogía los pedazos de cristal.


—Ya está —dijo cuando terminó—. Mientras la cambias me daré una ducha.


—Muy bien.


Ella lo miró de reojo antes de que se marchara y se fijó en el bulto que había en su entrepierna. 


Perfecto, porque ella lo deseaba de la misma manera.


«No sólo se trata de sexo», pensó mientras se quitaba la bata en su habitación.


La dejó sobre la cama y entró en el baño para abrir el agua de la ducha.


La noche anterior no había ido a la habitación de Pedro sólo porque lo deseara sexualmente. 


Había ido porque, por fin, había descubierto que bajo su fachada de playboy había un hombre tierno y cariñoso. Había ido porque el hombre que Pedro había demostrado ser durante toda una noche cuidando a Olivia era un hombre que merecía ser amado.


Él no la había decepcionado. Entre sus brazos se sentía completa. Y sabía que él sentía lo mismo. Pero había algo que no le permitía destapar la parte de sí mismo capaz de amar, honrar y apreciar a una mujer durante toda una vida. Paula estaba dispuesta a averiguar qué era.


Entretanto, se daría una ducha. Se recogió el cabello en lo alto de la cabeza y se metió en la bañera. Cerró la cortina y se colocó bajo el chorro del agua. Necesitaba un café. Necesitaba desayunar. Necesitaba...


Se abrió la cortina de la ducha.


—¡Pedro!


Antes de que pudiera reaccionar, él la agarró por la cintura y la sacó de la bañera.


—Me estás volviendo loco —le susurró al oído mientras presionaba su cuerpo desnudo contra su trasero mojado para que notara su erección.


Un fuerte deseo se apoderó de ella y comenzó a volverse hacia Pedro, pero él la sujetó colocando una mano sobre uno de sus senos y la otra en la entrepierna.


—¿Dónde está...? —se calló al sentir que él encontraba el punto más íntimo de su ser—. ¿Dónde está la niña?


—Está bien —le susurró al oído—. Está en la cuna, jugando con Bruce.


Paula no estaba segura de si debían de hacer aquello con Olivia despierta en el piso de arriba. Intentó decírselo e ignorar el temblor de sus piernas y el cosquilleo que sentía en el vientre. 


Si él no la hubiera sujetado, se habría derrumbado en el suelo.


Pedro, no creo que...


—No te preocupes —dijo él, y continuó acariciándola mientras la hacía arrodillarse sobre la alfombrilla del baño—. No nos llevará mucho tiempo.


Al sentir que le mordisqueaba el hombro se le aceleró el corazón. Y mientras la calmaba con sus caricias la guió para que se colocara a cuatro patas. Ella se percató que iba a poseerla en esa postura, quizá para poder satisfacer su deseo sin tener que mirarla a los ojos y ver sus sentimientos.


Lo recibió estremeciéndose de placer. Él gimió y adentró su miembro en ella otra vez. Y otra. Su cuerpo temblaba contra el de ella con cada penetración, y el sonido de su respiración invadió la habitación.


—Cobarde —dijo ella, a pesar de que anhelaba cada movimiento.


—Bruja —dijo él y se movió de nuevo.


Ella empezó a temblar y gimió con fuerza.


Él incrementó el ritmo. Sus muslos golpeaban contra su trasero, aumentando la sensación de placer. Por fin, cuando creía que estaba a punto de volverse loca, él empujó con fuerza y cuando liberó su deseo, susurró su nombre.


Mientras se tranquilizaban, ambos se tumbaron en el suelo y quedaron con los cuerpos entrelazados.


Pedro la besó en la nuca.


—Sé que significo algo para ti —dijo ella—. Más que una aventura de verano. Y sé que no me equivoco.


—No te equivocas —le acarició un hombro—. Has puesto mi mundo patas arriba. Pero es que no puedo comprometerme contigo... ni con nadie.


—¿Por qué no?


Él no respondió.


—Creo que merezco saberlo.


—Puede que sí.


—¿Me lo contarás?


Él la soltó.


—Lo pensaré —la besó en el hombro, se puso en pie y salió del baño.


Con los ojos cerrados, ella permaneció tumbada sobre la alfombra. Él no le había dicho que no se comprometería con ella. Le había dicho que no podía hacerlo. Y eso era un problema más serio de lo que ella esperaba.



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