lunes, 29 de octubre de 2018

CAPITULO 30 (PRIMERA HISTORIA)




—No estoy segura de que esto sea una buena idea —Paula se subió al coche de Guadalupe.


Pedro no había vuelto a llamarla y ella quería saber quién había aparecido en su casa la noche anterior.


—Tengo curiosidad. Yo también quiero saber quién era. Y no puedo aconsejarte acerca de lo que deberías hacer hasta que no vea cómo se comporta Pedro contigo —Guadalupe arrancó el coche y se alejó de casa de Paula—. Entregarle la manta para el bebé es una buena excusa.


—No necesitas que yo haga tal cosa.


—No, pero él sabe que somos amigas. Le diremos que estábamos haciendo recados, y que de paso, le llevamos la manta.


—Me pregunto si se dará cuenta —Paula acarició la manta que tenía en el regazo.


Guadalupe había pasado tres semanas tejiéndola para dársela a Olivia de regalo.


—Espero que sí se crea la historia —dijo Guadalupe—. Pero no contaría con ello. Parece que no quiere quitarse los parches de los ojos para ver la realidad.


—Es porque sigue pensando que puede formar una familia perfecta si lo sigue intentando —Paula le había contado a Guadalupe que Pedro creía que podía ser el padre de la pequeña.


—La familia perfecta. Eso sí que es una fantasía. Dario me enseñó lo irreal que es esa idea.


—No hemos tenido mucha suerte con los hombres, ¿verdad, Guadalupe?


—No —Guadalupe torció en el camino que llevaba a Rocking A—. Pero he decir que Pedro no juega con nadie, como hacían Benjamin y Dario. Por lo menos no vas a repetir el mismo error al enamorarte del mismo tipo de cretino que antes. Si te enamoraras de alguien como el capataz de tu rancho, me preocuparía por ti.


Paula se rió.


—Augusto es inofensivo. Sólo quiere divertirse.


—Yo no lo llamaría inofensivo. Dios le dio miles de armas para librar la batalla entre sexos y él domina todas ellas. Su manera de mirar, su manera de caminar, su manera de ensillar a los caballos. No, no es inofensivo. Ese hombre debería llevar una señal de peligro alrededor del cuello.


Paula miró a su amiga y no pudo evitar sonreír.


—No sabía que te sintieras atraída por él.


—¿Por Augusto? Sería el último hombre del planeta por el que me permitiría sentirme atraída. No tengo ningún interés en que me pasara lo mismo que con Dario por segunda vez.


—Ya —dijo Paula—. Te sentirías atraída por él si te lo permitieras, como no te lo permites, no te sientes atraída por él.


Guadalupe la miró.


—¿Parezco idiota? Aquellos que no admiten sus errores están condenados a repetirlos. He pensado mucho en este tema y me esfuerzo para que Augusto y los hombres como él no me gusten.


—Aja —Paula hizo una pausa—. Nunca he oído que Augusto engañara a nadie. Me parece que hay una diferencia entre los hombre que disfrutan con las mujeres abiertamente y los que fingen ser monógamos y después prueban todo lo que pueden.


—Quizá, pero no me gusta ninguno de los dos tipos. Y por lo que sé, los que prometen amor eterno y lo cumplen no abundan.


—Huérfano es un pueblo pequeño. La selección es limitada.


—Lo sé, pero me encanta vivir aquí y no voy a cambiar la paz y la tranquilidad que he encontrado en Huérfano por viajar por ahí buscando al hombre perfecto que quiera asentar la cabeza y tener hijos —se detuvo frente a la casa de Pedro—. Esto es lo que nos pasa por hablar del diablo. Creo que ya sabemos quién vino anoche a casa de Pedro.


Paula se fijó en que la camioneta de Augusto estaba aparcada frente a la casa. Le resultaba extraño que hubiera llegado tres semanas antes de la temporada de ganadería y que no hubiera pasado primero por su casa.


—Quizá Pedro y Augusto tengan planeado algo que no sepamos, como otro viaje de esquí —dijo Paula—. El cumpleaños de Pedro es la semana que viene. A lo mejor no ha avisado a Augusto de que han cambiado los planes.


—Es posible, pero me da la sensación de que todo esto tiene que ver con el bebé que hay ahí dentro.


Paula se quitó el cinturón y abrió la puerta. 


Sentía una fuerte presión en el pecho. Al menos, Pedro podía haberla llamado para contarle los nuevos acontecimientos.


Se volvió y le entregó la manta a Guadalupe.


—Toma, tienes que dársela tú, no yo.


—Ah, sí. Claro —contestó Guadalupe con nerviosismo, y se atusó el cabello. Al ver que Paula la miraba, le preguntó—. ¿Qué?


—Te gusta Augusto ¿a que sí?


Guadalupe se aclaró la garganta.


—La atracción física puede llevar a una relación terrible.


—Es cierto —Benjamin le había demostrado esa teoría a Paula—. Pero el hecho de que te sientas físicamente atraída por alguien no significa que sea un error intentar una relación.


—Lo es si hablamos de Augusto, y preferiría no hacerlo. Éste viaje de reconocimiento estaba centrado en Pedro y en tí. Vamos.


—De acuerdo —cuando Paula miró hacia la casa de madera sintió una fuerte desazón. Deseaba que aquella pudiera ser su casa y el hombre que estaba dentro su verdadero amor—. Vamos.




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