sábado, 27 de octubre de 2018

CAPITULO 25 (PRIMERA HISTORIA)





Pedro no le gustaba sentirse culpable, pero no le quedaba más remedio. Primero, se había encontrado con un bebé que podía haber engendrado él en una noche de borrachera, y después tenía que enfrentarse a la responsabilidad de haber perdido el control con Paula.


Cuando Olivia se quedó dormida, Pedro se puso a limpiar la cocina. Pero recoger el lío que se había formado mientras seducía a Paula lo hizo sentirse más culpable todavía. Y como cuando se sentía culpable se ponía de mal humor, decidió tomarse una cerveza en lugar de comer. 


Después, decidió que lo mínimo que podía hacer era coser los botones de la blusa de Paula, y para eso necesitaba otra cerveza.


La costura no era algo que se le diera bien y se pinchó el dedo varias veces manchando la blusa de sangre. Cuando Paula entró por la puerta trasera, él continuaba cosiendo.


Desde la puerta, Paula se sacudió la nieve de las botas a la vez que sujetaba a ambos animales por el collar.


—Deberíamos tener dos toallas viejas —dijo ella, pensando en las perras—. Tranquila, Sadie. Muy bien, Fleafarm.


Él la miró, concentrándose demasiado en su belleza como para pensar en los animales. Al imaginar cómo sería que Paula entrara todos los días por aquella puerta, dispuesta a recibir sus besos, sus abrazos y su amor, sintió una fuerte presión en el pecho. Y durante todo ese tiempo habían vivido el uno junto al otro. Qué idiota había sido.


—Hace frío, pero está precioso —dijo ella—. La nieve recién caída es muy agradable, ¿verdad, chicas? Hemos visto un conejo. ¡Y casi lo atrapan! ¡Ay! —Fleafarm se escapó y corrió hasta donde estaba Pedro para sacudirse—. Lo siento. Si me dejaras una toalla yo... —se calló al ver la sangre en su blusa—. ¿Qué diablos estás haciendo?


—Coser botones —dijo él—. Y te diré que estoy a punto de terminar con esta maldita tarea —añadió orgulloso.


—Ay, Pedro —Paula soltó a Sadie y se sentó junto a él.


Mientras Paula se quitaba el abrigo, él inhaló el aroma a aire fresco que desprendía su cuerpo. Respiró hondo y continuó cosiendo.


La deseaba. Y quería tomarla entre sus brazos. Besarla hasta que se arqueara contra su cuerpo como había hecho antes.


—Te has pinchado los dedos.


—No importa —la miró—. ¿Tienes hambre?


—No mucha.


—¿Quieres una cerveza?


—De acuerdo.


—Iré a...


—No importa, compartiré la tuya —se llevó la botella a los labios. Después, la dejó sobre la mesa y dijo—. Gracias.


—De nada —contestó él. La deseaba tanto que estaba tenso.


—He estado pensando mientras jugaba con las perras.


—Paula, si quieres irte a casa, vete. Ya me las arreglaré. Y si no puedo, contrataré a alguien. No puedo perdonarme por haberte llamado y después... —no era capaz de encontrar las palabras adecuadas—. Y después...


—Hacerme el amor mejor que nadie en el mundo.


Él miró hacia el suelo. No quería oír aquello.


—Probablemente lo hayas sobrevalorado porque has pasado mucho tiempo sin...


—Ha pasado mucho tiempo, pero mi memoria es excelente. Con Benjamin, siempre me preguntaba si era lo mejor que podía ser. Me culpaba por no responder como debía, sobre todo después de descubrir... —se calló de golpe y se aclaró la garganta.


—¿Descubrir qué?


—No importa —miró a otro lado—. No tiene sentido hablar del pasado.


Ella sabía que Benjamin le había sido infiel. Estaba seguro de ello. Y nunca se lo mencionaba porque trataba de protegerlo, igual que él trataba de protegerla a ella. Sintió que se le encogía el corazón.


—Paula, yo también lo sé.


Ella lo miró.


—¿Cuándo lo descubriste?


—Nunca lo habría descubierto. Mi mente no funciona así. Bárbara me lo dijo después de que yo le pidiera el divorcio.


—¡Oh, Pedro! —le agarró la mano—. Qué cruel que te lo dijera entonces. No me extraña que te encerraras en tí mismo.


Él le dio la vuelta a la mano y agarró la de Paula.


—Tú lo averiguaste mucho antes, ¿no?


—Una semana antes de que Benjamin se matara. —Paula se fijó en sus dedos entrelazados, como para obtener fuerza del contacto de sus cuerpos—. El día que murió habíamos tenido una fuerte discusión sobre el tema. No debería haber volado, teniendo en cuenta el mal tiempo y su estado mental. Pero meterse en esa avioneta era una vía de escape para él. Siempre decía que mientras estaba allí dentro se olvidaba de todos sus problemas.


—¿Sabes?, lo he perdonado por lo que me hizo a mí, pero nunca lo perdonaré por lo que te hizo a ti.


—Era débil e inseguro, como Bárbara. Pero yo puedo perdonarlo, sobre todo ahora, gracias a tí.


—¿A mí? Lo único que he hecho es complicarte más la vida.


Ella negó con la cabeza.


—Me has demostrado que no era culpa mía que no nos fuera bien en la cama. Dadme al hombre adecuado y... —sonrió—. ¡Fuegos artificiales!


Él tragó saliva.


—Esto es lo que he estado pensando mientras estaba fuera: puedes mandarme a casa si tienes cargo de conciencia, pero me gustaría quedarme. En tu casa... y en tu cama.


—Pero... —dijo él con el corazón acelerado.


—De momento —añadió ella—. Comprendo, que si eres el padre de Olivia, quieras formar un hogar con Jesica. Lo respeto —sonrió con tristeza—. No lo comparto, pero lo respeto.


—Paula, no hay manera de que pueda pedirte que continuemos con lo que hemos empezado sabiendo que no soy un hombre libre.


Ella le apretó la mano.


—No estamos seguros de que no seas libre. Y si lo que te preocupa es nuestra amistad, y nuestra relación como vecinos, eso ya se ha estropeado. Cuando nos veamos, no reaccionaremos como antes. No después de lo que ha sucedido hoy —lo miró a los ojos—. No después de cómo nos hemos acariciado el uno al otro.


El deseo lo invadió por dentro. Ella tenía razón. 


Desearía a Paula Chaves durante el resto de su vida. Incluso, si Olivia era hija suya y Jesica aceptaba a casarse con él, siempre desearía estrechar a Paula entre sus brazos. Pero no podía hacer lo que ella le pedía. La quería demasiado.


La amaba. Bárbara había provocado que él no creyera en esa palabra, pero era la única que explicaba cómo se sentía. Amaba a Paula. Y como la amaba, tenía que protegerla para evitar que se le rompiera el corazón. Tenía que insistir en que se marchara.


—En la mirada de tus ojos grises veo que estás librando una dura batalla —dijo Paula—. Y como te conozco, sé que va ganando tu honestidad.


—Paula, no sería justo para tí que...


—No tomes ninguna decisión todavía —le apretó la mano—. Piensa en ello. Y entre tanto, recuerda esto: Nunca imaginé que podía pasármelo tan bien en la cama como me lo he pasado contigo. He decidido que sería idiota si rechazara la posibilidad de repetir la experiencia.


Él abrió la boca, pero no fue capaz de pronunciar palabra.


—Y si tú te lo has pasado tan bien como creo, también serías idiota si la rechazaras —se puso en pie—. Voy a ver a Olivia. ¿Por qué no preparas algo de comer? —se marchó de la habitación.




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