sábado, 27 de octubre de 2018
CAPITULO 24 (PRIMERA HISTORIA)
«Se acabó lo bueno», pensó Paula. Pedro lo había estropeado todo. Su cuerpo continuaba invadido por el placer, pero sólo porque para ella la fiesta no había terminado.
Paula suponía que Pedro tendría un ataque de conciencia tarde o temprano. Pero no esperaba que fuera tan pronto, justo cuando el bebé empezó a llorar. Confiaba, en que después de haber hecho el amor con ella de forma salvaje, se replanteara su intención de casarse con la madre de su hija. Si es que Olivia era su hija.
Con un suspiro, se separó de él y empezó a vestirse mientras se dirigía al baño. Por desgracia, sólo pudo taparse la parte inferior del cuerpo. La blusa y el sujetador se habían quedado en la cocina.
—Enseguida vuelvo para ayudarte con Olivia —le dijo. Entró en su habitación y se puso el jersey. Todavía tenía el cabello trenzado y los labios hinchados de tanto besar. Seguramente estaba hecha un desastre.
Pero su aspecto no importaba. Pedro podría contenerse puesto que ya había descargado la tensión sexual que tenía acumulada. Y por el tono de arrepentimiento con el que había hecho su pregunta, Paula estaba convencida de que él pensaba que resistirse era lo correcto.
No podía culparlo por que le hubiera hecho el amor. Había sido algo maravilloso. Mejor de lo que ella había imaginado. Por fin conocía lo potente que podía ser la combinación de respeto y deseo. Había una palabra para describir dicha combinación, pero ella nunca había llegado a comprender su significado. Hasta ese día.
La palabra era amor.
Cuando regresó al dormitorio, él se había vestido y se disponía a levantar a Olivia.
—Espera —Paula trató de no pensar en cómo habían hecho el amor, pero nada más verlo lo deseó de nuevo.
—Está llorando —dijo él.
—Lo sé: pero no está llorando muy fuerte. Quizá vuelva a dormirse si le ponemos el chupete.
—¿Dónde está?
De pronto se sentía muy cansada.
—Creo que lo dejé en la cocina. Iré por él.
El fuego de la chimenea estaba casi apagado y hacía frío. Paula miró por la ventana y vió que la nieve se acumulaba en el suelo. Las perras levantaron la cabeza al verla pasar.
—Os sacaré para que deis un paseo dentro de un rato.
No se había dado cuenta de lo mucho que deseaba salir de aquella casa y alejarse de Pedro. Quizás él había calmado su deseo haciéndole el amor, pero ella sólo acababa de encender la llama. Cuánto más cerca estuviera de él, más lo desearía.
Al entrar en la cocina recordó lo sucedido y deseó gritar de pura frustración. ¿Por qué tenía que ser tan fiel a sus principios?
Si Jesica lo hubiese querido, habría ido a buscarlo. Sin embargo, le había dejado al bebé y se había marchado. Y aunque la pequeña fuera hija de Pedro, Jesica no lo amaba. Y ella sí.
Sería una estupidez que Pedro forzara una relación con Jesica sólo para que la pequeña tuviera una familia. Quizá debía decirle lo que opinaba, por lo menos, iniciar una discusión.
Encontró el chupete y lo llevó a la habitación.
Pedro estaba agachado junto a la pequeña y le acariciaba el vientre.
—Toma —le dijo ella, y le entregó el chupete.
—Quizá deberías...
—No. Inténtalo tú. Pónselo en la boca y espera a ver si empieza a succionar —Paula lo miró y se estremeció. Se preguntaba si él estaba pensando lo mismo que ella.
Él se volvió hacia la niña y le acarició los labios con el chupete.
—No lo quiere.
—Inténtalo un poco más.
Pedro respiró hondo.
—De acuerdo, Olivia, tienes que dormir un poco más. Toma el chupete y cierra los ojos.
La pequeña dejó de llorar poco a poco y miró a Pedro. Después, abrió la boca y aceptó el chupete.
—No me gusta esa cosa —dijo Pedro.
—Lo sé, pero como dijo Noelia, como toma biberón en lugar de mamar, quizá necesite chupar un poco más para estar satisfecha.
—Entonces, ¿por qué Jesica no ha dejado uno?
—A lo mejor le daba el pecho hasta hace poco, justo antes de que decidiera dejarla aquí. Quizá no pensara que fuera a necesitarlo.
—O a lo mejor tampoco le gustan.
Paula lo miró enojada.
—Pues mala suerte, porque no está aquí para controlar. Así que me temo que tendremos que tomar decisiones sin ella.
—No me gusta la idea.
—Lo estás haciendo muy bien. Y cuánto antes asumas el cuidado de la pequeña mejor, porque así podré regresar a Leaning C.
Él la miró. Y no hizo falta que le preguntara nada.
—Lo siento, Paula. Más de lo que te imaginas.
Ella trató de sonreír.
—No lo sientas, vaquero. Me lo he pasado muy bien.
—No quiero que esto suceda entre nosotros.
Paula no sabía cómo conseguirían retomar su antigua relación, pero no era el momento de decírselo.
—Tendremos que asegurarnos de que no pase.
Él asintió.
—Ahora necesito un poco de aire fresco. Así que mientras te aseguras de que se vuelve a dormir, voy a sacar a las perras a dar un paseo.
—¿Bajo la nieve?
—He nacido en este país, Pedro. El tiempo no importa —salió del dormitorio y silbó a las perras.
Pedro se fijó en el contoneo de sus caderas con desesperación. Sólo el bebé que tenía a su lado podía paliar la frustración que sentía, al pensar que no podría volver a hacer el amor con Paula nunca más. Y él deseaba hacerlo otra vez.
Siempre.
Le costaba creer que la mujer de su vida hubiera vivido durante diez años a su lado. Su sentido de la fidelidad había impedido que se diera cuenta durante el tiempo que estuvo casado con Bárbara y por algún motivo, después de que Bárbara se marchara, no había cambiado su manera de ver a Paula.
Sin embargo, deseaba tenerla de nuevo entre sus brazos, entre sus sábanas. El destino hizo que nada más decidir qué era lo que quería, el bebé que estaba en su dormitorio lo mirara para recordarle que no tenía elección.
«Maldita sea». Aquel rostro le resultaba cada vez más familiar, y cada vez que la tomaba en brazos, sentía que se le encogía el corazón.
Quizá eso era lo que pasaba cuando se tenía un hijo. Quizá la naturaleza se ocupaba de crear ese fuerte lazo de unión. Miró a Olivia a los ojos y le preguntó:
—¿Eres hija mía, pequeñita?
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