viernes, 26 de octubre de 2018

CAPITULO 22 (PRIMERA HISTORIA)





—Me ha sonreído —Pedro entró en la cocina cuando Paula estaba preparando unos sandwiches.


—¿De veras? ¿Ahora mismo?


—Cuando la he metido en la cuna. Supongo que yo le habré sonreído sin pensarlo y ella me ha respondido.


—Qué bien —Paula sentía haberse perdido el momento, pero al menos había visto que Pedro actuaba como un padre orgulloso.


—¿Qué puedo hacer? —preguntó él.


—Sirve la mesa. Y saca una bolsa de patatas si quieres —apagó el fuego y sacó unos platos del armario.


—Comprar el mono ha sido una buena idea —dijo él—. De hecho, todo lo que has comprado ha sido buena idea.


—Olivia y tú habéis estado jugando con el mono, ¿verdad?


—Puede que sí.


Al oír alegría en su voz, Paula lo miró y al ver el brillo de sus ojos, sintió que se le encogía el corazón. Pedro estaba enamorándose de la pequeña Olivia.


—Me sorprende que se haya quedado dormida —dijo ella.


—Supuse que podía ser un problema, así que me quedé hasta que cerró los ojos, para asegurarme de que estaba bien. He dejado la puerta entreabierta para oírla si se despierta.


Paula habría dado cualquier cosa por ver a Pedro agachado junto a Olivia esperando a que cerrara los ojos. Se estaba perdiendo momentos maravillosos. Momentos que no le pertenecían. Sólo era una vecina que había ido a ayudarlo. Paula, la vieja amiga que pronto se convertiría en una visita ocasional, cuando ya no necesitaran de sus servicios.


Al sentir que las lágrimas afloraban a sus ojos, se volvió para que Pedro no la viera.


—Paula, ¿qué pasa?


—Nada.


—Eh —la agarró por los hombros—. Te conozco desde hace diez años y nunca te he visto a punto de llorar —la sujetó por la barbilla para que lo mirara—. ¿Qué ocurre, Paula?


Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas. Nó podía hablar.


Él la miró y blasfemó en voz baja.


—No —susurró ella.


—Shh.


Cuando sus labios se rozaron, Paula no pudo contenerse más y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Él la abrazó con fuerza, tal y como ella había soñado cientos de veces, ofreciéndole el paraíso de la seguridad.


Paula no podía dejar de llorar. No quería que Pedro la consolara, ni encontrar la seguridad entre sus brazos.


Pero el roce de sus labios era la tortura más exquisita que le habían provocado nunca. 


Pedro la besó en la mejilla y le acarició la espalda. Paula cerró los ojos con fuerza. Quería que le arrancara la ropa, le acariciara el trasero, los senos y la entrepierna.


Pero él no lo haría. Era un hombre con mucha disciplina. Y si consideraba que hacerlo no era lo correcto, no lo haría.


Poco a poco fueron desapareciendo las lágrimas, pero continuó sintiendo un fuerte dolor en el pecho, un nudo en el estómago y excitación en la entrepierna. Sabía que llegaría el momento en que él la soltara y le preguntara si se encontraba mejor. Se preguntaba cómo podría mentirle de manera convincente si no era capaz de dejar de temblar.


Trató de calmarse, pero no podía olvidar lo que había sentido cuando Pedro la había besado. Quería que volviera a hacerlo. De forma apasionada.


Permaneció con los ojos cerrados para que él no se diera cuenta de lo que estaba pensando. 


Tenía que soltarse de su abrazo, pero no tenía fuerza suficiente. Entonces, él gimió.


Ella abrió los ojos y lo miró. Sus ojos no transmitían calma, sino que eran el reflejo de una tormenta de verano, de nubes llenas de lluvia y viento.


—Maldita sea, Paula —susurró él, y la acorraló contra la encimera.


Paula se percató de que estaba completamente excitado. Al instante, él agachó la cabeza y la besó.


Ella agarró con fuerza la camisa de Pedro y abrió la boca. Lo rodeó por el cuello y permitió que la besara.


Iban a hacer el amor. Paula lo sabía desde el momento en que él presionó su cuerpo contra el de ella. Pedro metió las manos por debajo de su blusa y le desabrochó el sujetador. Después, le acarició los pechos.


Paula pensó que podía desmayarse de puro placer. El hombre con el que siempre había soñado estaba acariciándola. Arqueó el cuerpo y gimió con suavidad. Oh, sí, harían el amor. De forma mágica y maravillosa.


Mientras Pedro le acariciaba los pezones con los dedos pulgares, le dijo en un susurró:
—Tengo que verlos, desabróchate los botones.


Ella empezó a abrirse la blusa y él la agarró por la cintura y la sentó sobre la encimera. 


Impaciente, le retiró la mano y continuó con el trabajo. Al ver que tardaba demasiado, estiró de la blusa arrancando los botones y se la quitó.


El sujetador cayó al suelo.


Con un suspiro, le sujetó los senos y permaneció mirándolos.


La expresión de su rostro indicaba todo lo que ella necesitaba saber. Respiró hondo y arqueó la espalda.


—Bésamelos, Pedro —susurró ella.


Él agachó la cabeza y se los acarició con la lengua. Después, se los mordisqueó hasta volverla loca. Ella apoyó la cabeza contra uno de los armarios e introdujo los dedos entre su cabello.


Él deslizó los labios por su cuerpo hasta llegar al cuello y después a la boca. Cuando introdujo la lengua en su boca, ella gimió y le rodeó la cintura con las piernas. Él la tomó en brazos.


—Espera —murmuró él, y la llevó a su habitación.


—El bebé —susurró ella, al ver que abría la puerta con el pie.


—Seremos silenciosos.


Ella no estaba convencida, pero no podía oponerse. Él la tumbó sobre la cama y sin dejar de besarla, empezó a quitarle los pantalones. 


Ella había esperado diez años para sentir a Pedro dentro de sí. Quizá, nunca volviera a tener la oportunidad, así que debía aprovecharla. Merecía la pena correr el riesgo de despertar al bebé.




No hay comentarios:

Publicar un comentario