miércoles, 21 de noviembre de 2018
CAPITULO 37 (TERCERA HISTORIA)
Dos horas más tarde, la policía y el médico se marchaban de la casa. Fowler estaba detenido.
Pedro declaró lo que había oído antes de tirar abajo la puerta de la habitación. Por suerte, había recuperado la conciencia antes de que Fowler admitiera haber matado a la familia de Paula. Ya no tendría posibilidades de obtener la custodia de Julian.
Julian había decidido que todos se merecían una estrella dorada y Paula se encargó de darle una a cada uno. Después, Julian se quedó dormido en el sofá y Olivia en el parque. Pedro estaba sentado en la alfombra con Paula entre sus piernas. Sabía que no estaba dormida.
Cada vez que recordaba que Mario había tratado de asfixiar a Paula, la rabia se apoderaba de él. Lo habría matado si ella no lo hubiera detenido.
La abrazó frente a la chimenea y recordó las palabras que había empleado para calmar su rabia. «Te quiero».
Llevaba pensando en esas palabras desde que se marchó la policía de la casa. A pesar de que después habían jugado con los niños para tranquilizarlos antes de acostarlos, Paula y él no habían hablado.
Pedro tenía que aceptar que todo había cambiado en muy poco tiempo. Había descubierto lo mucho que quería a Paula al verla llorar entre sus brazos, y se había preguntado cómo viviría sin ella si Jesica quería casarse con él. Después, había estado a punto de perderla, y se había dado cuenta de que no podría vivir sin ella.
Quería despertar a su lado cada mañana. La amaba.
Respiró hondo y la abrazó con fuerza.
—Cásate conmigo —le dijo.
Ella no contestó durante un rato. Después habló con lágrimas en los ojos.
—¿Lo dices en serio?
—Nunca he hablado más en serio en mi vida.
Ella se volvió para verle la cara.
—Creía que querías averiguar si Olivia es tu hija. Pensé que todo dependía de eso.
—Así era —le acarició el rostro. Cada vez que veía el golpe en su mejilla y el corte en el labio se revolvía por dentro—. Hasta que he estado a punto de perderte. No puedo dejarte, Paula —tuvo que contener las lágrimas—. No puedo.
—Yo tampoco quiero perderte, Pedro.
—No se me dan muy bien las palabras —dijo él, abrumado por un cúmulo de sentimientos—. Ojalá sí. Te lo mereces. Sólo sé que tengo que estar contigo, Paula. No puede ser de otra manera.
—No necesito grandes discursos —dijo ella—. Sólo dos palabras.
Él respiró hondo y dijo:
—Te quiero.
—Son las únicas palabras que necesitaremos siempre —dijo ella, y lo abrazó—. Te quiero —le susurró al oído.
—Quiero besarte, pero no quiero hacerte daño en la boca.
—Bésame —dijo ella—, y se curará antes.
Él la besó con cuidado, pero ella continuó de forma apasionada. A saber lo que habría pasado si Julian no los hubiera interrumpido.
—¡Os estáis besando!
Pedro se volvió para mirar a Julian.
—¿Te parece bien?
Julian se sentó y se frotó los ojos.
—Supongo que sí, pero entonces tendréis que casaros. Como Augusto y Guadalupe, se besaron delante de todo el mundo y ¡pum!, ahora están casados.
—Ya lo has oído —dijo Pedro mirando a Paula—. No nos queda más remedio.
—Bueno, si es así, así será.
—¿Te gustaría que Paula y yo nos casáramos? —preguntó Pedro al pequeño.
—Mucho —dijo Julian, y volvió a tumbarse.
—Me alegra oírlo —dijo Pedro entre risas.
—¿Y sabes qué? —preguntó Julian con un bostezo.
—¿Qué?
Julian se acomodó en la almohada y cerró los ojos.
—A Bob también le gusta mucho.
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