martes, 23 de octubre de 2018
CAPITULO 11 (PRIMERA HISTORIA)
De camino a casa de Paula, Pedro no podía dejar de pensar en el hecho de que ella hubiera salido con Claudio. Había tenido la oportunidad de acostarse con un joven como Claudio y la había rechazado. Le complacía que hubiera hecho tal cosa, pero se preguntaba si eso demostraba que el sexo no le interesaba demasiado.
Estaba seguro de que él habría sido capaz de convencer a Paula para marcharse del cine. Pero era ridículo pensar en acostarse con ella hasta que no descubriera si era el padre de Olivia.
Para una vez que había decidido volver a tener relaciones, un bebé aparecía en su puerta y le estropeaba los planes. Por fortuna, Paula era la mujer que se quedaría en su casa para ayudarlo y no era demasiado seductora, así que no le costaría demasiado controlar sus hormonas.
Teóricamente.
Pero mientras revolvía el cajón donde Paula guardaba su ropa interior, le asaltó la duda de si podría contenerse para no hacer el amor con ella. No comprendía por qué reaccionaba así al ver sus prendas más íntimas. Eran tal y como esperaba que fueran. Blancas y de algodón. A él le gustaban las prendas negras de encaje con lazos en los lugares estratégicos.
Permaneció frente al armario acariciando las prendas con los dedos y notó cómo su miembro viril se ponía erecto. Hacer el amor con Paula sería maravilloso. Y sincero. Estaba seguro de que Paula no se andaba con rodeos cuando se metía en la cama con un hombre.
La idea lo asombraba.
A su lado, Sadie gimoteó y golpeó el suelo con la cola.
—Es hora de irse, ¿verdad, Sadie? —tratando de olvidar sus pensamientos, Pedro metió la ropa en la bolsa y buscó el resto de las cosas.
Al sacar el camisón de uno de los cajones, descubrió una fotografía que estaba boca abajo.
Era la foto de la boda de Paula. Alguien la había roto, como para separar a los novios, y la había vuelto a pegar. Hacía diez años que Benjamin y Paula se habían mudado a Leaning C. Estaban recién casados, pero eso no impidió que un año después Benjamin y Bárbara comenzaran su aventura amorosa.
Pedro miró la foto y se preguntó por qué Paula o Benjamin la habrían roto. Al ver la sonrisa de Benjamin, Pedro deseó que estuviera vivo para borrársela de un puñetazo. No por Bárbara, por ella no merecía la pena, sino por Paula.
Estaba convencido de que ella le había entregado su corazón a Benjamin, y que sin embargo, él le había sido infiel. Pedro se preguntaba si Paula lo había descubierto y por eso había roto la foto.
Guardó la fotografía donde la había encontrado y metió el camisón en la bolsa. Después se dirigió al baño y recogió las cosas de asearse. Al agarrar el bote de crema reconoció el aroma a jazmín. Quizá fuera eso lo que hacía que Paula oliera tan bien.
La imaginó poniéndose crema por todo el cuerpo después de una ducha. Y a él ayudándola. Con impaciencia, metió la crema en la bolsa y se dirigió hacia la puerta con Sadie pegada a sus talones. Entonces, recordó que no había guardado el libro.
Regresó a la habitación y Sadie lo siguió.
—Seguro que piensas que soy un idiota —le dijo a la perra—. Pues tienes razón. Si hubiese tenido el valor de quedarme a solas con el bebé, Paula habría venido a por sus cosas y yo no habría tenido que rebuscar en el cajón de su ropa interior. Eso me pasa por ser un cobarde.
Sadie movió el rabo.
—Estaba seguro de que estarías de acuerdo conmigo —se acercó a la mesilla y agarró el libro.
En la portada aparecía una pareja con los cuerpos entrelazados.
Pedro abrió el libro por donde estaba el separador.
—Guau, Sadie —pasó la página—. Esto es muy fuerte. Parece de categoría X —siguió leyendo hasta que se percató de que respiraba de forma acelerada. Cerró el libro y lo guardó en la bolsa.
Tras apagar las luces y cerrar la puerta de la casa, se subió a la camioneta. Sadie iba a su lado en el asiento del copiloto.
—Ojalá pudieras hablar —le dijo Pedro—. Creía que conocía a tu dueña, pero ahora no estoy tan seguro.
De regreso al rancho pensó en el libro que Paula estaba leyendo. Estaba seguro de que el libro indicaba el tipo de amante que era Paula.
Por un lado, podía ser el tipo de mujer que le gustaba pensar en el sexo pero que no disfrutaba tanto con ello, y por otro, podía ser que disfrutara tanto del sexo, que por eso leía ese tipo de libros.
La idea de que Paula fuera una gata salvaje en la cama lo incomodaba. No quería imaginar cómo sería liberarla después de tanto tiempo.
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